Andrés Bello
(Guion de José Urbina Pimentel)
2022
Guion con sentido histórico para teatro estudiantil, que describe entre recuerdos
de Andrés Bello y Simón Rodríguez,
momentos de la vida y acción de Simón Bolívar a través de una hipotética
y amena platica que se realiza entre ellos, en uno de los dos viajes a Chile
efectuados por Rodríguez, que ciertamente se produjeron.
Se recomienda simular la época con los actores ataviados de camisa y
lazo, proponiendo uso de sombrero, bastón y libros de portadas oscuras.
Para el escenario, se sugieren dos sillas y de igual manera, una mesa pequeña cubierta con un mantel y candelabro, sobre la cual se coloquen unas tazas que simulen estar, compartiéndose un café.
Entre
maestros: Remembranzas añejas de Simón José Antonio
Narrador:
Corre el año de 1837. Hace casi una década desde que el insigne poeta
venezolano Andrés Bello se radicó en Santiago de Chile, cuando concretamente en
1829 llegó al puerto de Valparaíso procedente de Inglaterra, para dirigirse a
Santiago, donde sus contactos con chilenos en Europa, le aseguraban una carrera
para su oficio como educador. Había
salido de Caracas hacia Londres en 1810, a cumplir compromisos de la causa
independentista, en una misión encargada de buscar recursos y apoyo económico y
militar para la inminente guerra que estaba por estallar. En este viaje, del
que nunca regresó a Venezuela, iba acompañado por Simón Bolívar.
Allí, en la capital inglesa
vivió casi veinte años, donde desarrolló una prolífica y amplia actividad
intelectual, la cual continuó en Chile, país en el cual era ya un respetado e importante ciudadano por
sus innegables aportes a la sociedad; siendo Rector del Colegio de Santiago,
dirigiendo periódicos y desempeñándose como jurista; por supuesto años tarde, haría
sus principales contribuciones al ser el fundador y primer Rector de la emérita
Universidad de Chile, y por otro lado, redacta el Código Civil chileno, gracias
sus grandes conocimientos de la jurisprudencia, a pesar de no haber culminado
sus estudios de Derecho en la Pontificia Universidad de Caracas, al igual que
los de la carrera de Medicina, que de manera paralela cursaba.
Una tarde cualquiera del frio otoño de las
regiones australes, recibe la inesperada visita de Rodríguez, en su casa de
residencia. Ya anteriormente tres años atrás, también en una oportunidad en la
cual se instala en la provincia chilena ejercer la dirección de un colegio, se
reúne con Bello. En esta oportunidad, llega a Chile por fines editoriales de
sus libros. Llega entonces, sin avisar el viejo maestro, próximo a cumplir 70
años de edad, pero cansado de un largo andareguear por el mundo, por Europa y
Sudamérica, casi en una actividad vital trashumante, errabunda, desde los años
n que tomó el seudónimo de Samuel Robinson, como símbolo de rebeldía
libertaria. Por su parte, Andrés, es ms joven apenas supera los cincuenta años.
Ambos tenían en
común el haber sido preceptores de Bolívar, sus maestros particulares, cuando
este último era un infante, influyendo determinantemente los dos en las
inquietudes intelectuales del mismo, y generando una relación filial que
duraría por años.
Luego de un fraterno abrazo, sentados, uno al lado del otro, en el
corredor de la añeja casona colonial, dialogan sobre si mismos, para poco a
poco, rememorar el pasado, evocando a Simón, el Libertador de Venezuela y otras
naciones latinoamericanas, muerto en Colombia siete años antes.
Andrés: Como pasa el tiempo. Ya tres
años desde que viniste de Concepción, donde eras director de un Colegio.
Simón: Si, bonita experiencia, pero no
continúe, y regresé mis pasos a compartirlos entre Quito y Lima. Me enteré que
tu si continuas en tu Colegio.
Andrés: Bueno, sigo siendo el Rector, aunque pronto lo dejaré para laborar
como Oficial en el Ministerio de Relaciones Exteriores, tomando en cuenta que
ya dieron la nacionalidad chilena.
Simón: Eres muy formal, institucional.
Decirlo yo, que tal vez siempre he sido muy “universal”, de un lado para otro,
sin mucho techo fijo, en una búsqueda constante por conocer.
Andrés: Bueno, claro ese espíritu
andariego e inquieto aforaba en aquellos años de Caracas, cuando coincidíamos
en la solariega casa de los Palacio, para tutoriar a Simón.
Simón: Días placidos, sin lugar a
dudas, pero que exigían nuevos tiempos para el territorio.
Andrés: Ellos eran gente importante, y
mucho de la gran fama que con el tiempo tomó Simón.
Simón:
Simón, Simón. Recuerdo
lo inquieto que era. En sus ratos libres, siempre corriendo de allá para acá, y
más allá. No se quedaba tranquilo un momento. Pobre familia, preocupada a cada
rato por que no hiciera de las suyas.
Andrés: Claro, aunque con el paso de
los años, fue asentándose; tal vez por lo riguroso que fue la vida con él y los
suyos. Yo no lo conocí tan niño, más bien, saliendo a la adolescencia. Decían
que a veces se perdía por horas y lo encontraban en el campo, sentado bajo un
árbol o en el rio, pensativo.
Simón: Fuerte. Ante esas cosas, llego
un momento en que a su madre no le quedó otra opción que dárselo al tío para
que lo criara. Para colmo, ella estaba enferma.
Andrés: Fue así que su tío decidió que
siguiera los pasos del papá y se convirtiera en militar. Por eso lo interno en
La Victoria, en el Batallón de Milicias de Blancos, y se graduó de Teniente
apenas siendo un adolescente.
Simón:
Era paradójico
verlo caminando por las calles de Caracas, vestido de Oficial con solo
dieciséis años.
Andrés: Él se sentía orgulloso del
prestigio adicional que le anexaba a su apellido. Así viajó a Madrid.
Consideremos la vida que por lógica se dio, en la efusividad de la edad juvenil,
adinerado, con su abolengo familiar y por si fuera poco, oficial del ejército.
Días de veladas entre fiestas y reuniones con la sociedad cortesana madrileña.
Simón: Fue la época en que conoció a María
Teresa.
Andrés: Un amor rápido, pero fugaz.
Simón: El matrimonio de inmediato, y viudo
al poco tiempo, lo que lo volvió melancólico.
Andrés: Un vacío emocional que lo marcó
para siempre. Nunca fue el mismo, y aunque luego tuvo demasiados amoríos, no lo
superó como para rehacer su vida. Dejó atrás las fiestas, mostrándose más
reflexivo.
Simón: Claro, comenzó a pensar en cuestiones
políticas. De nuevo viajo a Europa. Fue de esta manera que en 1804 y 1805 nos
reencontramos en el viejo continente y recorrimos juntos Francia e Italia,
viendo los cambios abruptos que se daban para el momento, y que serían
determinantes para el futuro.
Andrés: Muchas experiencias compartidas
en Europa, contigo como guía, y por eso, al regresar a Venezuela, decididamente
se incorporó a los grupos caraqueños que estaban descontentos con la condición
colonial.
Simón: La llamada Conspiración de los
Mantuanos.
Andrés: Tu tocayo Simón paso por tantas
cosas que lo hicieron madurar muy joven.
Simón: Tú estabas en Caracas en ese
tiempo, y formaste parte del movimiento que se formaba.
Andrés: Si, estalló la
insurrección. Viajamos en 1810 juntos a
Londres a gestionar apoyo para nuestra causa. Él regresó pronto, y ese fue
precisamente el último año en que lo vi. Y comenzó la guerra, para en poco
tiempo, en la ausencia de Miranda, sin haber cumplido los treinta años, ser el
Jefe de los Ejércitos Patriotas que luchaban por la libertad de Venezuela.
Simón: Una guerra larga, y luego de
liberar a Venezuela, se fue al Sur a concluir la liberación de Quito, Perú y el
Alto Perú. Y al lograr ese objetivo, y constituir las nuevas republicas, me
llamó a incorporarme de los futuros ministerios de enseñanza y minas de Perú y
Bolivia. Compartimos por esos años d nuevo nuestros sueños.
Andrés: El Alto Perú, ahora Bolivia, la
nueva nación.
Simón: Él era Presidente, y no me
negué.
Andrés: Pensar que ese joven que
enseñábamos, seria decisivo en la construcción republicana de América del Sur.
Simón: Su gran sueño fue la Gran
Colombia, su sueño. Pero como sueño al fin, efímero, muy corto.
Andrés: Golpe duro.
Simón: Doloroso. Una causa que aceleró
su muerte; el sentirse incomprendido. Estaba enfermo de su tuberculosis, que
devino de tantos fríos parameros afectando gravemente su estado de salud, pero
asumir el fracaso de ver morir su sueño grancolombiano, le aceleró su
deterioro.
Andrés: Irónico que él y la Gran
Colombia fenecieran el mismo año de
1830.
Simón: Si, y lo enterraron del todo
allá en Venezuela. Fue execrada su imagen y sus ideas de todo. Pero estoy
seguro que algún día, nuevamente será reconocido y recordado como lo que fue,
El Libertador de Venezuela.
Andrés: Mira buen paisano, sintámonos
orgullosos de que Simón Bolívar, fue nuestro amigo, y que de una u otra manera,
fuimos parte fundamental de ese pensamiento libertario, al conducirlo por la
senda de la lectura, la curiosidad y el conocimiento.
Simón: Tienes razón, eso no lo podemos
olvidar jamás, y es una marca de vida que siempre estará con nosotros. Pero me
tengo que ir. Ya va a oscurecer, y estoy a varias cuadras del Hostal donde me
estoy quedando desde que llegué ayer, y mañana debo levantarme temprano a
realizar diligencias para viajar a Valparaiso, a recoger en una imprenta,
algunos libros que encargue me editaran. Otro día, de regreso vengo con más
calma y seguimos recordando viejos tiempos. Hasta luego don Andrés.
Andrés: Hasta pronto Samuel Robinson, regresa
pronto, que las puertas de esta vieja casa siempre las conseguirás abierta. Que
te vaya bien.
Narrador: Se despidieron sonrientes, con
un fraternal abrazo, entre la nostalgia fraterna y los recuerdos del pasado. Y esa
fue la última vez, que los dos viejos maestros se vieron. Simón Rodríguez regresó
directamente desde Valparaiso a Lima, pero jamás regreso a Chile.
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